2ª PARTE DEL RELATO.
Dentro del coche en el asiento trasero se
encontraba otro hombre; era muy gordo y cubría su cabeza con un pasamontañas. Por
los agujeros se asomaban unos pequeños ojos de mirada aterradora; al sentir cómo
me miraba y temiendo lo peor, pensé que mi vida había llegado a su fin. Comencé
a gritar con todas mis fuerzas esperando
y deseando que alguien pudiese oírme. El pánico se apoderó de mí, un sudor
frío recorrió mi cuerpo y sin apenas aliento
comencé a llorar desesperada.
Estaba aterrada. De uno de los bolsillos sacó
un rollo gris de cinta adhesiva del cual cortó un trozo dando un tirón con los
dientes y me tapó la boca. Me costaba respirar, me estaba ahogando y tenía
ganas de vomitar, intentaba quitármela pero no podía; el hombre al entrar en el
coche me había atado las manos a la espalda.
“No
sé por qué me hace esto, yo no le he hecho nada”.
El coche salió como un relámpago por las
calles solitarias, húmedas y estrechas, hasta detenerse delante de una casa de
aspecto diabólico rodeada de altos abetos y viejas tumbas cubiertas por una
espesa capa de musgo.
El hombre grande me agarró del brazo tirando de
mí con fuerza para que entrara en la casa; como me resistía a entrar, me arrastró por el blando suelo mientras me insultaba. Era tal la fuerza de aquel ser malvado que no
podía liberarme de sus feroces garras.
Los gritos de Marta al otro lado de la puerta
me hicieron volver a la realidad.
Marina
despierta, el desayuno está en la mesa. Date prisa que llegamos tarde al colegio.