Cada día solía pasar por esa
esquina, siempre lo veía contando unas pocas monedas que algún transeúnte le
había dejado en aquella mugrienta lata corroída. Él sólo quería consegir lo
suficiente, poder comprar un bocadillo para poder mantenerse en pie, su
pequeño y débil cuerpo temblaba como una hoja zarandeada por el fuerte viento
de la mañana. El pequeño intentaba sin conseguirlo calentar sus manos con el
vaho que salía de su boca.
Todos pasaban sin ni siquiera
mirar, sólo yo podía percibir su angustia y desesperación: las madres pasaban
envueltas en calientes abrigos de lana cogidas de la mano de sus hijos, los
ejecutivos intentaban eludir e ignorar la denigrante y maltrecha figura que con
ojos tristes y sangrantes, y manos temblorosas contaba una y otra vez su
exiguo tesoro.
Me acerqué a él, me quité los
lapidados guantes con suma dificultad y saqué del bolsillo de la pelliza unas
cuantas monedas, las pocas que había podido conseguir en la entrada del metro
después de pasar allí postrado toda la noche.
¿Cuánto te falta para poder
comprarte el bocadillo?—“Sólo diez céntimos” ¿Tú me los puedes dar? “Hace dos
días que no he comido nada, y apenas me puedo sostener". "Toma para que te compres el bocadillo y un vaso de leche caliente”. ¡¡¡Yo ya comí
ayer!!!
Creado por: Maruja. J. Galeote.