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sábado, 14 de noviembre de 2015

MARTA Y SUS TESOROS






Pasan las horas escuchando el tic tac del reloj. Marta balancea su escuálido cuerpo en la butaca de rejilla tras la ventana, absorta, ve pasar las negras nubes del inminente invierno enfundada en una mantita de fina lana de Cachemir. Hoy no ha acudido la chica peruana que atiende la casa y la acompaña a pasear cada tarde al caer el sol.
Saca del bolsillo de su bata de franela una vieja cartulina flagelada de una bella joven, en la que apenas se reconoce. Hoy no vendrán sus hijos, nunca vienen los fines de semana, están muy ocupados, los disculpa con una media sonrisa.  En un rincón de la estancia una bella melodía se escapa de la vieja radio. Esas notas que tantas noches de gloria había vivido sobre el escenario. No consigue impedir que unas incontroladas lágrimas humedezcan sus curtidas mejillas. Se levanta con suma dificultad, se dirige al dormitorio, donde se encuentra el almario caoba, en el guarda sus más preciados tesoros. Al abrirlo comprueba horrorizada que todo ha desaparecido, no queda nada, nada ¿Dónde  están sus zapatilla de ballet? ¿El traje blanco de tul y su diadema de perlas? Horrorizada: grita, llora, revuelve desespera el interior del almario maldiciendo a la peruana.  Ha sido ella, sí, lo sé, me odia, mañana cuando aparezca por la puerta la pongo de patitas en la calle. En ese momento suena el timbre del teléfono. Invadida por la furia  descontrolada que la invade,  descuelga el auricular:

-Señora Marta, soy yo, la llamo para decirle que ayer cambié  sus cosas de lugar, están en el sótano, las puse en el baúl que solía usar cuando viajaba por todo el mundo, no quería que  pudiesen estropearse. Nos vemos mañana Señora Marta.


Creado por Maruja.J. Galeote.






lunes, 2 de noviembre de 2015

SÓLO UNA NIÑA

Juanita tenía tan solo once años, aunque en la época de la posguerra ya era alguien que podía ayudar llevando a casa un pequeño jornal. Así, la familia tenía una boca menos que alimentar. Su madre había parido ocho hijos y eran muchos para comer y vestir.
Era una chica despierta, alegre, divertida, fuerte de carácter, con unos enormes ojos verdes y largas pestañas… Pero al mismo tiempo, era frágil, vulnerable... "poquita cosa”. Pero su afán por trabajar y superarse era grande.
Le dieron empleo en una de las casas más grandes y lujosas del pueblo, en la que vivían unos de los señores más ricos y poderosos de toda la comarca. Era una suerte, un gran privilegio para la mayoría de las jóvenes de aquella época tener trabajo y poder comer todos los días un plato de comida caliente. El trabajo en aquella casa era muy duro y agotador y ella tan solo era una niña para tener que llevar tan pesada carga.

Se levantaba con los primeros rayos del sol y se acostaba cuando la luna hacía su presencia. Tan largas jornadas de trabajo la dejaban extenuada, no tenía tiempo para jugar con las amigas, y por supuesto, tampoco para asistir al colegio… Era una de las cosas que más le dolía: el no poder aprender a leer ni a escribir.
Su trabajo consistía en barrer la acera de la calle y dar brillo a la puerta principal, limpiar la plata y el juego de café de cerámica inglesa, que estaba custodiado dentro de la vitrina del lujoso comedor. Sacaba las pequeñas piezas una a una y las limpiaba cuidadosamente con una bayeta hasta que brillaban como un espejo puesto al sol.
Una mañana, cuando limpiaba el juego de café, una tacita de cerámica inglesa se le resbaló de las manos estrellándose contra el suelo. Se hizo añicos. El estruendo alertó a la señora que salió dando gritos por el pasillo, histérica, al comprobar tamaña torpeza... Juanita muy asustada por la reprimenda no podía controlar las lágrimas que brotaban de sus ojos, entre gemidos y disculpas recogía arrodillada cada uno de los trocitos de la tacita que iba envolviendo uno a uno en un papel de periódico.  
La pobre niña no pudo dormir aquella noche, atenazada por el miedo, pensando que al día siguiente la señora le dijese: ya no vegas más, eres una inútil, no sirves para nada….

Y llegó el ansiado fin de mes, el día en que esperaba impaciente recibir el sobre con el miserable y mezquino salario. La niña, se mordía las uñas y retorcía las manos una contra otra, con la ilusión de llevar a casa el dinero ganado durante todo el mes. No lo quería para muñecas, ni cromos, sólo para un poco de pan y un trozo de tocino añejo. Si había suerte sus hermanos ese día podrían comer algo.

Y como si se tratase de una película con un triste final, la señora, con gesto despectivo y desagradable extendió la mano y le entregó un pequeño paquete alargado envuelto en papel de periódico.

Toma y no vuelvas más por aquí, no sirves para nada, eres una inútil.  
No respondió. Bajó la cabeza y apretó con fuerza las manos hasta clavarse las uñas en las palmas. Emprendió el camino en solitario por la Rambla de las Brujas hasta su casa. El viento bajaba de Sierra Nevada, clavándose como un puñal frío en su débil y famélico cuerpo.
-¿Qué podría contener aquel pequeño paquete?- se preguntaba.  
Al abrirlo, un escalofrío recorrió el frágil cuerpo de Juanita.  Se quedó muy triste al comprobar su contenido.  No era dinero, ni tocino, ni algo parecido, era la tacita de loza hecha añicos envuelta en una hoja de papel de periódico.
Sus ojos se humedecieron y una brisa perfumada y fría besó su rostro infantil. Apretó contra su pecho la rebeca de lana desgastada de su hermana mayor y entre sollozos siguió caminando… ¿qué podía hacer una niña con tan solo once años? Llorar. Pero pronto se sobrepuso. Juanita era valiente y decidida.
-Mañana iré a la monda con mi padre. No importa que mis manos se lastimen y ennegrezca con el tizón o se abrasen con el fuego. Al menos estaré libre en el campo como los pajarillos que rebuscan su ración de comida entre las cañas. Y sobre todo seré libre, ¡libre! ¡Lucharé con todas mis fuerzas y seguiré adelante con mi libertad por delante!
Era ya noche cerrada. De la Torre del Cerro cayeron once campanadas.


Creado por Maruja. J. Galeote.



 1º Premio del certamen de relato 2015 "Servador Varo"